A todos mis lectores que

me animan a seguir escribiendo.

A mis amigas que nada más leer el

primer borrador de patatas,

pidieron esta parte de la historia.

Sábado noche

La puerta de la habitación se abrió y Dani cayó sobre Lucas completamente empapado. Fue cuestión de un segundo. Su compañero no tuvo tiempo de apartarse. De la impresión, Lucas le dio un empujón haciendo que terminara en el suelo muerto de risa.

            —Eres un amargao, Soriano.

            —No soy un amargado, solo que no me gusta que mi compañero de habitación se tire sobre mí en la cama. Si es eso lo que buscas para el nuevo curso, te vas con Noé. Él estará encantado.

            —Ni de coña. A ese le gusta demasiado mi sexy y tentador culito —dijo Dani burlón levantándose del suelo—. ¿Por qué crees que dormiste entre los dos estas pascuas?

            Lucas sonrió. Las últimas vacaciones le había llevado a su pueblo de campamento, allí había conocido a su mejor amigo de la infancia. Al principio la única unión entre ellos era él, pero eso pronto cambió. A Dani nunca le había costado hacer amigos y con gente como Noé mucho menos. Ese chico jugaba con su libertad y bisexualidad como algo natural y eso había roto cualquier barrera. ¿Qué más daba lo que le gustara mientras le respetara? Y así era. Después de esos días habían vuelto a quedar, sobre todo para ir de fiesta, para eso los dos tenían los mismos gustos. Incluso habían formado un buen equipo de ligue.

            —¿Por qué vas mojado? —preguntó Lucas.

            —Ha habido una guerra de globos de agua.

            —¿Dónde? —quiso saber Lucas, extrañado. La sonrisa canalla de su compañero de habitación le hizo cerrar los ojos como un padre que adivina la siguiente jugarreta de su hijo—. Por favor, dime que no le has tirado globos de agua a las chicas de la habitación de enfrente.

            —Está bien, no te lo diré.

            —¡Daniel!

            —¡Ellas también tenían! ¿Por qué crees que estoy mojado?  —Se defendió, muerto de risa—. Son lo único que me gusta de esta cárcel en la que vivimos.

            —Es un colegio mayor.

            —Eso les dicen a nuestros padres, pero es una cárcel. Misión para el verano: buscar otro compañero para que el alquiler de ese piso que vimos el otro día salga más barato. —Dani se inclinó sobre la cama y cogió los apuntes que su amigo tenía allí tirados—. Anda, cierra los libros, nos vamos de fiesta.

            —¿A dónde?

            —Donde sea, ¿qué más da? Es el final de curso, hay fiesta en todas partes y no puedes decirme que tienes que estudiar porque, adivina… —Se hizo el silencio—. ¡Exacto! ¡Terminaron los exámenes!

            —No exactamente, el lunes tengo que entregar un trabajo para…

            La pedorreta que hizo Dani desde el baño le hizo callar.

            —Mira, Soriano, hoy sales como que yo me llamo Daniel Calabuig, así que tienes dos opciones: o te cambias y te adecentas o sales hecho un pordiosero. Yo, por mi parte, me voy a poner mis mejores galas, hoy pienso ligarme a una chica.

            —Haz lo que quieras, pero si ligas, aquí no la traigas. La última vez me pasé toda la noche en el pasillo.

            —Porque eres un estrecho, Soriano. Haber llamado a la habitación de enfrente —dijo ya sin camiseta asomado desde la puerta del baño y jugando con sus cejas—. A Celia le gustas.

            —A Celia le gusta medio colegio mayor.

            —Pues eso he dicho. Además, es una razón más para mudarnos, habitaciones independientes.

            Dani entró en el baño y cerró la puerta. Salió una hora y media después, vestido con un vaquero claro y una camisa a medio abrochar blanca. El pelo estaba estudiadamente despeinado y se había afeitado, incluido el poco vello que tenía en los pectorales. Alzó una ceja reprobando el vestuario de Lucas, que llevaba unos vaqueros negros, una camiseta del mismo color y una camisa de cuadros rojos y grises.

            —¿Dónde vas así?

            —Me he cambiado —protestó abriendo las manos como si no fuera obvio—. Y me he puesto la colonia esa que me regalaste.

            Dani rio y le deshizo el pelo. Aunque eran de la misma edad, tenía a Lucas como a un hermano menor, pese a que en la mayoría de situaciones el que actuaba como un adulto era su amigo.

            Salieron a la calle y, tal como había dicho Dani, había fiesta por todos lados. Los universitarios celebraban el fin de los exámenes y la llegada del verano como solo la juventud sabe hacer.

***

Álex había tenido otra de las ya típicas broncas con sus compañeras de piso. No había visto chicas más cerdas en su vida. Llegar a casa y que hubiera comida encima del banco, platos por fregar desde hacía días o que algo se hubiera caído al suelo y nadie lo hubiera limpiado era de lo más habitual. Se había cansado de ser la única que lo hacía todo, de ser la Cenicienta. Desde hacía meses solo vivía en su habitación, limpiaba lo que iba a utilizar y se encargaba del baño pequeño. El grande no sabía cómo estaría ni quería saberlo.

            Esa vez la discusión había llegado porque su compañera más odiosa llevaba una de sus camisetas, la cual había cogido del tendedero. Después de muchos gritos y maldiciones, había cerrado la puerta de la habitación diciendo que no pensaba volver a verlas en la vida. Así que allí estaba, en mitad de la calle rodeada de universitarios, medio alcoholizados a pesar de la hora temprana, celebrando el fin de las clases y con una mala hostia que no se soportaba ni a ella misma.

            Caminaba sin saber muy bien qué hacer, obviamente tenía que volver al piso, pues allí estaban todas sus cosas, pero en su cabeza ya tenía seguro que ese sería el último fin de semana que pasaría en esa cochiquera. El lunes entregaría el trabajo y se iría a casa con su madre. Desde allí hablaría con las amigas de la carrera. Había oído a algunas de las que estaban en el colegio mayor que pensaban mudarse a un piso y, con un poco de suerte, podría conseguir una habitación.

            Ese pensamiento la animó un tanto. Echó su melena pelirroja para atrás y decidió que tomaría alguna cerveza antes de volver a encerrarse en el zulo sin ventana que era su habitación.

            Llegó al primer bar y fue hacia la barra. Un par de chicos la miraron al pasar, el más alto hizo un gesto de ir a hablar con ella. Le bastó una mirada para que estuviera quieto. No solían gustarle los babosos y ese día menos. No estaba allí para ligar, solo para tomarse algo, alternar con algunos conocidos de la universidad y despejarse. Esa era su intención.

            Trató de buscar a algún compañero de clase, alguien conocido con el que charlar y estar relajada, acompañada y alejada de moscosos. Repasó a los clientes que le quedaban cerca. Todos le sonaban, pero ninguno le era conocido. Encogiéndose de hombros se fue acercando a la barra. No podía ir tan mal la noche como para no encontrarse con nadie, esa había sido su estrategia para salir durante ese curso. No quedaba, simplemente salía por los mismos bares que lo hacían sus compañeros y siempre pasaba la noche con gente.

            Estaba a punto de llegar cuando un chico no muy alto, rubio y vestido de un modo demasiado formal para el lugar, se acercó a ella con aire chulesco. Le reconoció, iba a algunas de sus clases, no todas, debía de ser repetidor. Se había pasado el curso alardeando de conquistas de una forma infantil y cargante.

—Hola, preciosa, ¿estás sola?

Álex cogió aire. Aunque este no fuera el caso, siempre había pensado que el machismo había fastidiado también a los tíos y esa era una de las partes. La sociedad exigía que fueran ellos los que rompieran el hielo y no solo eso, sino que además si lo hacía una mujer estaba mal visto. Aunque, por suerte, eso poco a poco estaba cambiando. Recordaba que no hacía mucho había tenido esa conversación con Lucas, su simpático compañero de Documentación Publicitaria. Ojalá encontrarse con él, así lo pasaría bien y estaría tranquila.

El chico se acercó un poco más y aquello hizo que ella diera un paso atrás sin mirar, chocando con la espalda de otro. Maldita su suerte.

Cuando el segundo se giró para ver qué ocurría, también lo reconoció, lo había visto por el campus, era alto y muy atractivo, llevaba el pelo algo largo, peinado de un modo caótico, pero estudiado y tenía la sonrisa más canalla y bonita que había visto en tiempo.

            —¿Estás bien? —preguntó con una voz neutra y después su lengua paseó lentamente por sus labios.

            Otra noche, quizás, Álex se habría perdido en ese recorrido, habría jugado con él al ratón y al gato e incluso se habría dejado llevar a algún otro lugar mucho más íntimo, pero esa no era la noche.

            —Perfectamente, perdona el empujón.

            —No ha sido nada.

            El primer chico intervino.

            —Pírate, Calabuig, no se te ha perdido nada aquí.

            De nuevo ese tono chulesco con aires de que se iba a comer el mundo. Los dos le miraron de arriba abajo y fue Dani el que habló.

            —Eso lo decidiré yo.

            —De eso nada. Lo decido yo —atajó Álex. Lo último que quería era verse en medio de una pelea de gallos—. No, no pasa nada aquí, porque él ya se iba y tú también. Buenas noches.

            Por fin tuvo algo de suerte y, nada más decir eso, unos chicos que tapaban la barra se movieron y ella pudo terminar su frase andando de un modo muy digno hacia allí.

            Dani miró serio al tipo cuando hizo ademán de seguirla, lo conocía, había salido con Celia durante un par de semanas y le había costado meses hacer que esa chica volviera a sentirse bien con ella misma. No le gustaba ni un pelo. Además, era un cobarde, pues en el momento en que él le cerró el paso se dio la vuelta y se fue. Estaba seguro de que si hubiera sido una mujer, su reacción habría sido diferente.

«Asco de gente», pensó.

            Volvió a prestar atención a la pelirroja, situada ya en la barra, el camarero le servía una caña, le sonaba de haberla visto en el campus. ¿No iba con Lucas a una clase? Debía ser esa optativa soporífera a la que se había apuntado él solo. La había visto entrar y le había parecido maravillosa, con su pelo rizado rojo como el fuego y ese aspecto informal y a la vez elegante. Le gustaba que fuera de un modo tan casual a la fiesta, sin artificios, solo resaltando sus puntos fuertes, como esos magníficos ojos verdes, que había podido apreciar cuando les había puesto firmes a los dos. Con carácter, así le gustaban a él, con las ideas claras.

            Consiguió situarse a su lado justo en el momento en que una pareja que estaba a su derecha se movió.

            —Hola, otra vez —dijo con la mejor de sus sonrisas—. Me presento, soy Daniel, Dani para los amigos.

            Los ojos verdes fueron directos a los suyos. Tuvo que hacer acopio de toda su seguridad para no dar un paso atrás, pues le miraba con cara de pocos amigos. Él le respondió con su mejor sonrisa.

            Álex bajó todas sus defensas. Algo en el descaro de ese chico hizo que calmara un poco su genio, no quería ligar, pero no había nada de malo en entablar una conversación casual y dejar la puerta abierta para una futura noche, en la que estuviera algo más abierta.

            —Alejandra, pero llámame Álex —respondió devolviéndole la sonrisa.

            —Te llamo como tú quieras. —Volvió a ponerse seria y él soltó una carcajada—. ¿Qué he dicho?

            —Mira, no estoy para tonterías, no tengo la noche. Vete a buscar el ligue de hoy a otro sitio.

            —Oh, venga, solo quería ser amable.

            —¿Te llamo como tú quieras? —bufó—. Por favor, no puedes ser tan cutre.

            —Oh, perdone usted, señorita. Venía con la mejor de mis intenciones a invitarte a una cerveza y hacer que te olvidaras de ese estúpido de García. Pero eres demasiado estirada.

            —¿Una cerveza? ¿Contigo? Antes me hago monja.

            Y algo en la imagen de ella vestida con hábito le hizo volver a reír.

            —Sí, será mejor que me vaya, mis fantasías suelen ir, por otro lado. Soy muy respetuoso con la iglesia.

            Álex gruñó por lo bajo. Ese chico era todo un peligro y de no haber estado tan cerrada era posible que esa conversación les hubiera llevado por otros caminos, sin embargo, en ese momento solo pensaba en volver a casa. Apuró de un trago la media cerveza que le quedaba y dijo:

            —Buenas noches.

            —Que termine de pasarlo bien, Sor Alejandra.

Al lunes siguiente

Álex estaba físicamente en la cafetería, frente a su compañero de grupo, tratando de atar los últimos flecos del trabajo que tenían que entregar en dos días. Mentalmente, estaba a kilómetros de allí, en un lugar de su mente donde todo le salía mal. Trataba de pensar con frialdad, solo llevaba dos días buscando una alternativa a su vivienda actual. Sabía que era muy poco tiempo y que aún tenía todo el verano por delante para hablar con gente y ver las opciones. Sin embargo, no hacía más que pensar en que no lo conseguiría y tendría que volver a compartir piso con esas odiosas personas.

Un chasquido de dedos frente a sus ojos le sacó de su ensoñación. La mirada amable y cálida de su compañero la hizo sonreír.

Lucas era de esa clase de chicos que transmitían seguridad. Al principio le había resultado serio y seco, después se dio cuenta de que era su extrema timidez la que le hacía ser así. La misma que provocaba que no se diera cuenta de los suspiros que despertaba entre las chicas y es que no era para menos. Era guapo, con la espalda trabajada por la escalada. Sobre todo en las montañas que rodeaban su adorado pueblo. Tenía la piel bronceada por el sol, pelo negro y los ojos más verdes que había visto en su vida. Las pestañas negras resaltaban la claridad de su iris. Una vez ella había entendido que la seriedad de él, se debía a la timidez, congeniaron de maravilla. Hasta tal punto que habían quedado para escoger juntos el horario del año siguiente y así hacer pareja en más asignaturas.

—¿Qué te tiene tan preocupada?

Álex barajó no decírselo, solía cuidarse sola y sacarse las castañas del fuego ella misma. Sin embargo, era posible que él supiera algo sobre habitaciones libres o gente que buscara compañeros. Además, no pasaba nada por reconocer que estaba en un callejón sin salida. Le contó todo lo ocurrido durante el curso y como, poco a poco, sus compañeras de piso se habían convertido en su peor pesadilla.

—Vaya, qué fastidio. Debe de ser horrible.

—Lo es. No digo que tengamos que ser mejores amigas, pero al menos un poco de cordialidad.

—En eso he tenido mucha suerte. Mi compañero de habitación y yo nos llevamos de maravilla.

—Lucas, debe ser muy complicado llevarse mal contigo.

Rio y se volvió mucho más guapo. Podía entender por qué llevaba locas a la mitad de las chicas de la clase, aunque él no lo supiera.

—Razón no te falta. Pero además me recuerda a mi mejor amigo del pueblo y eso le da puntos. Siento mucho tu situación, si me entero de…

Calló de pronto, una idea loca, más propia de Dani o de Noé había pasado por su mente y, tal vez, quizás solo por eso podría funcionar.

—¿Qué ocurre?

—Nada, es solo que… A ver, es una locura, pero nosotros estamos buscando compañero para el año que viene. Tenemos apalabrado un piso grande aquí cerca y, no sé, quizás podrías pensarlo.

—¿Yo? ¿Vivir con dos chicos? —preguntó dubitativa.

—Tendrías tu propia habitación y somos limpios. No te mentiré, Dani es un poco desastre, pero no llega ni de lejos a ser cómo me has contado.

—¿Has dicho Dani?

Y justo cuando Lucas iba a contestar, una voz proveniente de la puerta de la cafetería dijo:

 —Soriano, no esperaba verte aquí a estas horas. Por fin haces algo con sentido.

Álex se giró para ver de quién se trataba y se encontró con el chico de la fiesta.

—¡Tú!

Dani abrió los ojos ante la casualidad. La pelirroja sí que era la compañera de su amigo.

—Buf, Sor Alejandra.

—¿Os conocéis? —preguntó Lucas.

            —No —respondió Álex a la vez que Dani daba un «sí».

            Lucas los miró alternativamente sin entender. Por primera vez desde que la conocía vio a su compañera de otro modo. Entendiendo que, si en algún momento había coincidido con su amigo, este había intentado ligársela. Sonrió para sí, aquello podría ser un caos de magnitudes estratosféricas o lo mejor que les había pasado en la vida. Pero, en cualquier caso, no pensaba retirarle la invitación.

            —Álex me acaba de decir que busca una habitación para el curso que viene.

            Dani alzó una ceja. Esa conversación se estaba empezando a poner interesante. Se sentó en una de las sillas libres de la mesa.

            —No creí que pensaras en meter a una mujer en casa. Soriano, cada día me sorprendes más. Qué buen alumno —dijo burlón.

            —Olvídalo. Lucas, eres un sol, pero con este no pienso compartir más que esta mesa y porque estás tú. —Álex se cruzó de brazos mosqueada.

            —Uy, uy, uy, doña exigencias. Lo que te pasa es que tienes miedo.

            Si las miradas matasen, Dani habría caído fulminado en ese mismo instante. Descruzó los brazos y levantando las palmas y haciendo una mueca, elevando un poco el lateral superior de su labio, dijo:

            —¿Miedo? ¿De qué?

            —De que si vives con nosotros acabarás loquita por mí —aseguró mientras se inclinaba un poco hacia ella.

            —Loca, esa es la palabra. Loca tendría que estar para que eso pasara.

            —¿Entonces? ¿Por qué vas a decir que no? La casa es perfecta, grande, bonita y con luz natural. —Dani señaló a Lucas—. Y él es un santo que hace las mejores tortitas del universo.

            —No quiero estar todo el día viendo tus intentos cutres de ligoteo.

            —No lo hará —intervino rápidamente Lucas. Los dos le miraron sorprendidos por su tono directo—. Escuchadme bien, os conozco a los dos y sé que si tú dejas de comportarte como un moscoso y a ti te doy un poco de chocolate para mejorar ese humor, podemos tener algo único. Unos buenos compañeros de piso en la universidad.

            —No fui un moscoso, le aparté a uno, que no es lo mismo —se defendió Dani.

            —No estoy… —chascó la lengua sin terminar la frase. No podía mentirle—. Sí, llevo cabreada desde el sábado cuando mis compañeras me hicieron la jugada.

            —¿Qué hicieron? —preguntó Dani.

            —Una de las chicas, a la que odio profundamente, me ha cogido ropa sin mi permiso y, además, me he enterado de que se han terminado parte de mi comida. Por supuesto, no la van a reponer.

            —No limpian nada y están constantemente molestándola —terminó Lucas.

            Dani lo pensó durante un momento. En esos meses su amigo nunca había insistido para que admitieran a nadie más en ese pequeño grupo que habían formado. De hecho, su mayor queja había sido tener a una tercera persona. Sin embargo, lo veía muy interesado en que Álex se uniera y, si no se engañaba, no tenía nada que ver con que esa chica le gustase. Debía confiar en él.

            —Está bien —dijo en tono solemne—. Prometo ser solo un amigo y no intentar nada. Te vas a perder al mejor hombre de tu vida, pero esa decisión ya la has tomado, Sor Alejandra.

            Y le creyó. Quizás porque estaba más desesperada por dejar ese piso de lo que era capaz de admitir o quizás porque esos ojos miel parecían incapaces de mentir. Alargó la mano y dijo:

            —En ese caso, Álex, tu nueva compañera de piso.

            —¿Sellamos el trato con unas cervezas? —preguntó Dani.

            —Venga, y una de patatas fritas, que aquí las hacen de vicio —sugirió Álex levantando una mano para llamar al camarero.

            —Ya me caes bien.

            Lucas los observó orgulloso guardar las armas de guerra. Convencido de que nada podría ir mal, aunque tuviera que mediar muchas riñas y choques de caracteres, valdría la pena.

Una sensación de complicidad les recorrió a los tres cuando sirvieron el pedido y chocaron los botellines en el brindis mientras gritaban:

            —¡Por los mejores compañeros de piso de la historia!

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