A mis lectoras que siempre me apoyan.
Gracias, vosotras hacéis que mis historias vivan.

Este relato, contiene spoilers muy importantes de Noches de patatas fritas y cerveza, Gala y su amante intermitente y Besos de fresa para Gema. Si sigues leyendo sin haber leído estas historias, es bajo tu responsabilidad, je, je, je.
Dicho esto, espero que lo disfrutéis tanto como yo al escribirlo.
Contexto:
En el libro Gala y su amante intermitente, Dante dice lo siguiente:
«—Has dicho que otras chicas también lo hacen.
—Sí, había una que se tapaba la cara con la almohada desde el principio, era horrible, no podía besarla y sufría por si se ahogaba. —Gala rio—. Y después está la de Bon Jovi.
—¿La de Bon Jovi? Dante, es normal escuchar música mientras lo haces.
—Música no, Bon Jovi, el álbum Crush, concretamente. Recuerdo que It’s My Life sonaba dos veces, siempre, y no consecutivas.
Jugó con sus cejas mientras ella lo golpeaba sin fuerza en el brazo por la fanfarronada de decir que siempre sonaba el álbum completo.
—Fantasma».
Algunas lectoras de ambas series ya se dieron cuenta de a quién se refería Dante. Pues si bien, es un guiño muy corto y sin mucha importancia, en mi primera historia Noches de patatas fritas y cerveza, ya se nombra, en varias ocasiones, que Álex ponía ese tema en concreto, cuando viviendo con Lucas y Dani quería intimidad.
Las que leyeron Besos de fresa para Gema celebraron, para mi alegría, la aparición de ciertos secundarios de mi mencionada primera historia. En mi cabeza el pueblo de Gema es vecino del de los protagonistas de Patatas.
Con toda esta información, comprenderéis la NECESIDAD, en mayúsculas y negrita, porque es mucha, de escribir un posible reencuentro entre Álex Cortés, ahora madre de familia, y Dante Palau, ahora hombre de una sola mujer. ¡VAMOS ALLÁ!

La primavera alargaba ya las tardes, haciéndolas perfectas para ir a la plaza y tomarse algo con los amigos, mientras los niños jugaban en un ambiente familiar y tranquilo.
Álex estaba hablando con Sofía mientras los tres niños, Alejandro, Daniela y Oriol jugaban a pasarse la pelota. Los contemplaba con los ojos llenos de orgullo y sin poder creer aún que aquella imagen idílica fuese cierta.
Sin tiempo a reaccionar, vio cómo Alejandro salía corriendo de pronto. El niño no había dudado ni un segundo en ir a abrazar a su tío Noé. Este lo cogió y lo sentó en su antebrazo, miró a la apurada madre y se apresuró a regañar a su sobrino.
—No puedes salir corriendo así. Mira el susto que le has dado a mamá. El pequeño se giró para verla llegar.
—Lo ciento, mami —dijo con la cabeza gacha y los mechones castaños tapándole los ojos verdes.
—¿Lo sientes? Te he dicho muchas veces que siempre tienes que ir de la mano de alguien. No puedes cruzar sin mirar, pasan coches.
El niño bajó más la mirada, arrepentido de su impulsividad. Su tío terció por él. —Sé que me quieres mucho. Pero cuando me veas, a mí o a otra persona que quieras abrazar, tienes que pensar antes de salir corriendo.
En ese momento llegó hasta ellos Dani, junto con Lucas.
—¿Has vuelto a salir corriendo? —preguntó al ver la cara de bueno de su hijo. Este afirmó con la cabeza y su padre miró a su chica. Fue ella la que decidió no alargar más esa situación.
—Vale, ahora ya está hecho. Ya sabes lo que no tienes que hacer y espero que esta vez lo recuerdes.
—Sí, mamá. No correr en la carretera.
Sería preferible un: «No correr», sin más. Aunque eso era demasiado pedir para un niño tan nervioso.
Noé miró a su amiga, ella le hizo un gesto y él entendió que ya podía dejar de estar serio. Le dio un beso en la mejilla al pequeño.
—Venga, a la plaza a jugar con tu hermana y Oriol. Y si la pelota se escapa, ¿qué vais a hacer?
—Ir a por ella sin correr —respondió el mayor de los tres aún cogido de la mano de su padre, Lucas.
Los tres niños fueron a jugar cerca de la fuente, mientras los adultos se dirigían hacia la primera mesa de la terraza del bar. Desde allí podrían controlarlos sin problemas.
Entonces, Álex se quedó completamente parada mirando a un chico que estaba esperando de pie unas mesas más adelante. Escuchó la risita juguetona de Noé a su costado.
—Te entiendo. La primera vez que le vi creía que era obra de Miguel Ángel. Es esculturalmente perfecto.
—¿De qué hablas? —preguntó Sofía.
El rubio movió a su amiga situándola al otro lado de Álex y respondiendo así a su pregunta, haciendo que viera lo mismo que ellos. Sofía abrió los ojos al máximo mientras decía:
—Santa Galadriel. Menudo hombre. ¿Lo conoces? —preguntó mirando a su amigo.
—Es hermano de una amiga.
—Es un exrollo mío.
Respondieron a la vez. Entonces la atención de Sofía y Noé se centró en Álex. Ambos con la boca abierta al máximo.
—Zorra —murmuraron a la vez.
Dani y Lucas, que se habían adelantado hacia la mesa, volvieron sobre sus pasos para ver qué estaba ocurriendo.
—¿Qué os pasa? —preguntó Dani.
—¿Ese no es…? ¿Cómo se llamaba? —Lucas chascó los dedos intentando recordar.
—Dante —respondió Álex haciendo que su chico también se girara para ver al dueño de ese extraño nombre.
Mientras, el atractivo arquitecto se había sentado en una de las mesas y tomaba una cerveza a pocos metros de ellos, ajeno a todo lo que estaba ocurriendo en el grupo de amigos debido a su presencia.
—¿Le conoces? —preguntó Dani extrañado por la actitud de su chica. —Y tú también —dijo Lucas con media sonrisa.
—¿Sí? ¿De qué? No recuerdo que fuera compañero nuestro de clase, ni nada.
—No, nuestro no. Era compañero de Álex, pero no de clase, precisamente. —¡Lucas! —gritó ella.
—¡Alejandra! ¿Vas a venir con tonterías a estas alturas? Ese chico hizo sonar It’s my life muchas veces en casa.
—Suertuda —dijo Noé—. Menudo ejemplar. Tendríais que verle con traje. Está de infarto.
Sofía rio y fue a buscarle las cosquillas a su amigo de la infancia.
—Para ser un señor de mediana edad que sigue creyéndose un surfero californiano y medio hippie, te ponen demasiado los hombres con traje, Noé. Este alzó el mentón como si estuviera orgulloso de la descripción. —Los polos opuestos se atraen. Y no soy un señor de mediana edad. Soy un treintañero atractivo y sexy.
Sofía soltó una carcajada, se acercó y le dio un beso en la mejilla. —Álex, dime que no es abogado, porque entonces sí que me preocupo por él. —Es arquitecto —respondió sin apartar la vista del hombre—. Nos conocimos
en una fiesta de arquitectura cuando los dos estábamos en segundo de carrera. —¿Y qué hacías en una fiesta de arquitectura? —quiso saber Dani. —Huir de ti. Estabas muy pesado en esa época.
—Pues no te ha salido muy bien —respondió haciéndole burla y poniendo la misma cara que su hijo, Alejandro, cuando se lo hacía a su hermana. —¿Qué quieres que te diga? Soy pésima con la orientación.
Dani rio y la abrazó dándole un pequeño beso en los labios.
—Vamos a por esa cerveza, que estamos aquí parados como pasmarotes —dijo Álex cuando el beso finalizó.
—¿Qué? Ni de coña. Tú vas a saludar a ese hombre —intervino Sofía. —De eso nada. Hace más de veinte años, ya ni se acordará de mí. —Si no se acuerda de ti es que es gilipollas —murmuró Dani aún abrazado a ella.
Álex lo miró a los ojos sonriendo.
—Habrá habido cientos después de mí. Créeme, ese chico era pura dinamita. Fue Noé el que intervino.
—Yo también soy dinamita, y me acuerdo de todos los que han pasado por mis sábanas y por las que yo he pasado, claro. Y de los baños o los probadores o…
—Nos hemos hecho una idea, Giménez. Deja de fardar. —Lucas miró a su amiga—. No parecía un gilipollas, solo un poco liberal. Acércate y salúdalo. —Claro. Si te encuentras con él aquí, en mitad de la nada, después de tanto tiempo, es una señal —aportó Sofía, la cual aún no se creía que aquel morenazo hubiera estado con su amiga.
—Señal de que el mundo es un pañuelo. No voy a…
Se interrumpió Álex, porque en ese mismo momento, la pelota con la que habían estado jugando sus hijos salió rodando hasta donde estaba Dante, y, detrás de ella, Alejandro, sin correr, como le había recordado a gritos Oriol. Dani soltó una carcajada.
—Acorralada. Tienes que ir y decirle a tu hijo que deje de molestar a tu exrollo. Esto se pone interesante.
—Ve tú —suplicó.
—No, no, es tu hijo. Mi princesa guerrera y tu guerrero impredecible. Esto es así. Si se hubiera acercado Daniela… Nah, también habrías ido tú. Venga, ¿de qué tienes tanto miedo?
—Si no supiera a ciencia cierta que es hetero iría yo. Te lo aseguro. Pero mi estabilidad emocional no me permite acercarme a ese hombre a más de… ¿cuánto hay de aquí a la mesa? —preguntó a Lucas.
—Unos cien metros.
—Ya estoy en mi límite, un paso más y podría saltar directo a la yugular. —Sí, a la yugular —dijo Sofía muerta de risa.
—Eso luego, querida amiga. Una vez lo tuviera atado a mi cama. Buf…, la de cosas que le haría. Oye, y ¿cómo es? Dime, por favor, que no es de esos tíos sosos. —No pienso decirte eso —respondió Álex sin dejar de mirar cómo su hijo cogía la pelota que amablemente le devolvía Dante.
Lucas no solía intervenir, pero veía a su amiga tan colapsada con la coincidencia que no lo pudo evitar. Con media sonrisa y evitando estallar en carcajadas dijo:
—Yo puedo decir que había ocasiones en que It’s my life sonaba dos veces y no consecutivas.
Sofía y Noé silbaron, mientras Dani soltaba una carcajada y ella se tapaba la cara con las manos.
—Soriano, eres un traidor. —Miró a través de los dedos a Dani—. ¿De verdad no te importa que vaya a hablar con él?
Dani cogió aire, con tranquilidad le quitó las manos de la cara y volvió a darle un beso dulce en los labios.
—Jamás tendrá lo que yo tengo contigo. Ve y salúdalo, antes de que tu hijo le cuente sus dos años de vida. Debe ir ya por cuando le dio el primer tirón de pelo a su hermana.
Sonrió. Le devolvió el beso y, temblando por dentro como un flan, se dirigió hacia donde estaban los dos. El adulto, inclinado atendiendo divertido al niño, que con la pelota en las manos y en su dialecto algo parecido al castellano no dejaba de hablar.
Estaba ya casi a la altura de la mesa, cuando el pequeño levantó la mirada y apuntó con su dedito hacia ella.
Dante siguió la dirección del dedo y se encontró con Álex que sonreía dulcemente. Sus ojos se agrandaron, al igual que la sonrisa cuando la reconoció. Se puso en pie rápidamente mientras a media voz dijo:
—Alejandra.
Álex cerró los ojos al volver a escuchar su nombre con esa voz. Algo dentro de ella brincó al saber que Dante la recordaba y no solo eso, si no que se alegraba de ese encuentro. No sentía la atracción de aquella época, pero sí la emoción de reencontrarse con un amigo.
—Hola —dijo una vez llegó junto a su hijo.
Se saludaron con dos besos mientras las manos de ambos apretaban dulcemente el brazo contrario del otro.
—Cuánto tiempo —dijo él.
—Mejor no lo contamos, pero sí. Toda una casualidad encontrarnos aquí. —De las buenas. Me alegro mucho de verte, de verdad. ¿Es tu hijo? —Sí. —Álex cogió al pequeño en brazos—. Él y la pequeña pelirroja que juega a la comba. Son mellizos.
—Vaya, dos de una. —Dante se inclinó un poco para verle mejor la cara al pequeño. Ahora que sabía de quién había sacado los ojazos verdes, llamaba más su atención—. Es muy simpático.
—Eso lo ha sacado de su padre.
Álex se movió para que él pudiera ver al resto del grupo. Tuvo que morderse el interior de los pómulos para no carcajearse al ver cómo Noé y Sofía disimulaban, fatal, el haber estado embobados mirándolos.
Dani había permanecido muy atento a toda la escena. Y aunque había sido sincero al animarla a saludarlo, cuando su hijo enterró la cara en el cuello de su madre no pudo evitar murmurar.
—Eso es, marca terreno, cariño. Ella ahora es una Calabuig, déjaselo claro a ese figurín.
Dante sonrió al reconocer a Noé entre las personas que formaban parte del grupo de amigos que Álex le indicaba.
—¿Cómo has acabado aquí? —preguntó muerto de curiosidad.
—Es el pueblo de Lucas, mi compañero de piso. ¿Lo recuerdas? —preguntó señalando discretamente, mientras el mencionado simulaba estar hablando con Dani.
—Sí, el moreno. Espera…, el castaño es…
—El que te escondía en su habitación si mi hermano hacía una visita sorpresa. —Era un buen tío. Tenía hasta provisiones y agua por si el encierro duraba varias horas.
Los dos soltaron una carcajada.
—Lo sigue siendo. —Álex no pudo evitar mirar en su dirección de nuevo—. Es el mejor.
—Me alegro mucho. Se os veía muy bien juntos.
—Gracias. ¿Y qué es de tu vida?
—Pues…, ¿te acuerdas de Gala?
—¿Tu compañera de clase de la que siempre me hablabas? —preguntó aunque sabía exactamente a quién se refería.
—Sí. Hemos empezado algo hace poco. De hecho está viniendo ahora para comer. Está en el hotel que mi hermana, Gema, tiene aquí al lado. —¿El que está en obras?
—Sí, va a abrir un restaurante. Gema es chef.
—No recordaba que tenías una hermana —dijo extrañada por haber olvidado algo así.
—No lo sabías, ni yo tampoco, es una larga historia. Otro día, con menos público y delante de un café, te la cuento.
Álex se giró para ver cómo sus amigos seguían observándolos como si fueran los actores de una obra de teatro.
—Me encantará escucharla. Esto es alucinante. Después de todos estos años, no solo estamos con las personas con las que todo el mundo nos emparejaba, es que, además, vamos a acabar viéndonos casi de continuo.
—La vida es caprichosa.
—Demasiado. Menos mal que…
—Supimos parar y darnos cuenta. —Terminó por ella y los dos se miraron con complicidad.
En ese momento una chica morena se acercó a ellos con una sonrisa. —Hola —saludó abrazándose a él y haciéndole una mueca divertida a Alejandro. —Gala, ella es Alejandra. Una amiga.
—Encantada.
Se dieron la mano con firmeza. Entonces Alejandro insistió en volver al suelo, ya había pasado mucho tiempo quieto. Su madre lo dejó ir con la pelota. —Ha sido genial volver a verte. Visitaremos el restaurante cuando esté listo. —Lo mismo digo, avisa y le digo que reserven la mejor mesa.
—Seguro que todas son perfectas. Disfrutad de la comida, os recomiendo el arroz, a Lluis le sale espectacular.
Álex se alejó en dirección a la mesa en la que se habían sentado todos. Cuando llegó, Dani la miró divertido.
—Vaya, vaya, el señor arquitecto se acordaba de ti.
—Y de ti. Dice que le dabas de comer y todo cuando iba a tu habitación. —Hay que reponer electrolitos y sales minerales después de un buen ejercicio, querida —se adelantó a responder Noé—. Anda, no seas mojigata y dime que era un muy buen atleta. Por favor, necesito información verídica, uno no puede imaginarlo todo.
—Era buen deportista, sí. Y muy imaginativo.
Dani levantó una ceja de modo interrogante y ella rio.
—¿Cómo que imaginativo?
—No te apures, Calabuig, eres y serás mi mejor compañero de equipo. Él rio y le dio un dulce beso.
Mientras, en la otra mesa, Gala tomaba asiento junto a Dante.
—Es una de tus chicas, ¿verdad?
—¿Te acuerdas que te comenté que había una que siempre ponía Bon Jovi? —¿Es ella?
—Y el que la besa es su compañero de piso.
—Cabrona afortunada. Ojalá yo hubiera compartido piso con ese bombón. —Fíjate, que yo creía que te llamaría más el moreno que tiene justo al lado. Era su otro compañero, por cierto.
—Las hay con suerte en la vida.
Dante soltó una carcajada.
—Yo era tu compañero de clase y con la cantidad de horas que le echábamos a los estudios, pasabas más tiempo conmigo que en tu casa.
Se acercó a él y rozó sus labios con la nariz.
—Eso es porque en mi casa no tenía cosas tan interesantes.
—Ajá. Déjame adivinar, de conocer al moreno, me habrías ignorado. Los ojos de Gala se desviaron a Lucas que ahora reía con ganas de algún comentario de los de su mesa.
—Tal vez nos hubiéramos encontrado en el pasillo, cuando tú salías del cuarto de la pelirroja.
Dante rio y le dio un beso en la nariz para después, tentadoramente, pasar a los labios.
—A hurtadillas salí más de una vez para que no me pillara el gigante pelirrojo de su hermano.
—Te gusta el peligro, Palau.
—Era un riesgo controlado, Subirach. Como este.
Su mano subió por el muslo adentrándose entre sus piernas. Ella se acercó a su boca y, antes de besarlo, gimió en un susurro. Lo besó con deseo y se apoyó en su hombro.
La mirada de Dante se perdió en la plaza donde los tres niños seguían jugando a la pelota.
—Hijos… —murmuró y la abrazó dándole un beso en la frente.
No dijeron nada más, no hacía falta. Hacía poco que se habían ido a vivir juntos y todo estaba ocurriendo con una naturalidad pasmosa. Estaban bien, no lamentaban esos años de juegos, pues al fin y al cabo ambos los habían necesitado para madurar y encontrarse a ellos mismos. Sin embargo, ahora, viendo a esos pequeños jugar, la idea de avanzar no era tan aterradora.
Esa fue la primera noche que no pusieron barreras.